«Ven y mira.
Y miré, y
he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dado
corona, y salió venciendo para vencer».
El que lee entiende: el bello amor, el amor de los trovadores
hacia las águilas, hacia las ovejas; así os habla el mensajero.
Una rama verde os anuncia la buena
nueva, esta mañana como siempre, me he despertado antes de que cantaran los
gallos y despierto estoy ya para recibir el brillo de la estrella reluciente de
la mañana.
La abominación desoladora de la que habló el
profeta Daniel se había detenido ante nosotros revestida de unos fuertes rasgos
de demonios enfurecidos. El diablo, el príncipe de este mundo, nos conocía;
mientras muchos decían estar bendecidos por el CIELO y hacían sus vidas normales
como cualquier otro ciudadano de este mundo con sus alegrías y sus penurias.
Nosotros, envueltos en una nube, éramos abominados por Satanás; ello nos
situaba en una realidad en el devenir de la profecía. La verdad o lo real nunca
podrán estar al margen de los Evangelios, los intentos de expresar nuestros
sufrimientos se muestran limitados y solamente aluden a una experiencia vivida
que difícilmente puede ser descrita con palabras.